NUEVA GENERACIÓN POLÍTICA
Independencia Económica,
Soberanía Política y
Justicia Social



jueves, 31 de julio de 2008

LA PERSONA HUMANA Y EL ESTADO


Guillermo Bedregal Gutiérrez.

Existe un instinto gregario en el desarrollo de los seres vivos. La bandada de aves, el rebaño, la manada de mamíferos, el agrupamiento de especies iguales y otros ejemplos similares. Estos hábitos también unifican a todos los seres humanos en la historia y antes de ella como señalan las ciencias geológico - antropológicas y los testimonios líticos tan bien definidos desde el uso del famoso Carbono Catorce. (C-14)

Todos esos agrupamientos vivos construyen instintivamente líderes, jefes, o cabecillas, a los cuales se les otorga o ellos “conquistan” poder de mando. Ese poder de mando se ha desarrollado desde la horda tribal, hasta las sociedades modernas. El protagonismo del “animal político” (zoon politikon) aristotélico es el que construye la historia en Occidente.

A partir de los valores humanos escritos en la Biblia y en el lanzamiento modernizador de la categoría de la persona humana, desde el Nuevo Testamento o Evangélicos cristológicos - sinópticos, sobre cuya enseñanza - a veces tergiversada y traicionada – se ha estructurado, en los dos últimos milenios, la Historia concreta del Cristianismo. Esta revolución cultural, más allá de sus fundamentos teológico - escatológicos, cimienta la noción y luego la categoría humana como algo superior a través de otorgar a esa criatura la condición de hijo de Dios. (filis Deo). Dentro de ello, y especialmente a partir del ecumenismo de Paulo de Tarso (San Pablo el Rabino judío, converso al cristianismo en ese hermoso incidente del Camino a Damasco (“Pablo, Pablo ¿Por qué me persigues?”, Hechos. 9.4.5.) al ser hijos de Dios (Jesucristo Dios y Hombre) somos iguales por esa dignidad la cual a su vez, nos otorga el privilegio de ser libres, es decir, libertad para tomar nuestras propias decisiones y a la vez, elegir la “auctoritas” y la “potestas” que inviste el poder sobre la polis (política) la comunidad fundada en valores éticos inherentes a la persona individual.

Estos principios demoraron miles de años hasta que empezaron a ponerse en práctica. Se tuvo que soportar tiranías, abusos, embustes, simulaciones, imposturas de toda laya, hasta que finalmente se impuso la idea y la categoría moderna de la Democracia, la cual si bien tiene sus raíces culturales en la antigua Grecia, adquirió forma concreta dentro del Estado, la ficción de “lo Stato” descubierta en la Europa de la Ilustración y el Renacimiento. La “demos” como origen de “Lo Stato” implica mucho para la humanidad desde la Independencia de los Estados Unidos de América (1776) y la Revolución Francesa (1789). Un punto miliar configura el libro del francés Alexis de Tocqueville, “La Democracia en América”. La democracia como categoría política tiene la virtud de fundarse para proteger la libertad, la igualdad y la fraternidad bajo el conjuro Kantiano de la Paz perpetua y universal y dentro de ello, el procedimiento para que esos principios se hagan a través de la Ley y la ciudadanía del voto que legitime la legalidad del Poder estatal. Hobbes dice que el Estado, el Leviathan es un Dios mortal mientras Rousseau y su contractualismo diseña la base de ese acto supremo del voto; un ciudadano: y el balance del poder legitimado por la Ley.

La clave de todo el sistema moderno del poder en libertad y en democracia radica, como dice Ortega y Gasset en un “pequeñin detalle”: la emisión libre-individual del voto sin el cual no hay ley, ni orden social, ni proceso civilizatorio plural. La democracia es parlamento, es “hablar sin herir”, es aceptar lo procesal - democrático apoyado en valores comunes (Constitución, Leyes) que frenan la siempre agazapada tendencia humana, a mandar como simple acto de voluntad y así como garantía y respeto al soberano que es la persona – ciudadana que delega su “Virtu” (Maquiavelo) en función de que “Lo Stato” sea protección de libertad y jamás instrumento de opresión. Todo ello en la dialéctica de la historia cuya categoría axiológica es la persona humana y su dignidad teologal. Es el ser humano, la persona individual el protagonista de la historia y de los valores humanos que compartimos todos, que al expandirse en la conciencia, hacen posible la libertad, la resistencia a la opresión y la justicia social que es un elemento cardinal de la transformación moral cuando existe la igualdad de oportunidades.

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